Aguzado, incoado por el amigo Víctor Bedoya, conocedor de mi legendaria relación amical con el finado, Javier Arango Mejía, por no haber dedicado la columna subsiguiente a la conmovedora, escalofriante, desgarradora, desdichada noticia de la autoinfligida, sorpresiva muerte del ilustre paisano; extrañeza compartida por otros amables lectores que, nombrarlos, me haría interminable.

Camino sin retorno que sacudió las fibras más íntimas de los suyos, familiares, amigos y cercanos, de los pensilvenses que lo tuvimos como un gran ser humano; lamentable suceso que provocó un cerrado, nutrido, solidario plebiscito de profundo pesar, como de exaltación -merecidísima- de su reconocida -unánimemente- condición de hombre de bien.

Triste hecho que a este sencillo, anonadado escriba, nunca hubiera querido registrar, el cual, literalmente, me paralizó, enmudeció, perturbó emocionalmente, razón del inicial silencio, esperanzado que fuera una más de las cuotidianas falsas noticias que corren por las redes sociales, máxime cuando hacía poco había compartido un plácido encuentro en que desatrasamos el cuaderno de nuestro común trasegar, encontrándolo pletórico, optimista, vital.

A dos días de cumplirse un mes de la impensada muerte (04 de noviembre), mí, atónito, angustiado, compungido, estupefacto, perplejo espíritu -aún de luto-, como el menguado estado de ánimo, las desfallecientes fuerzas de mí estropeado cuerpo, empiezan parcial, quedamente a restaurarse, predisponiéndome a barruntar esta espontánea, nostálgica,  tardía, sentida nota necrológica, que brota de lo más íntimo, recóndito de mí corazón, honrando, satisfaciendo de paso la deuda como el requerimiento aludido.

Doloroso, impensable, remiso adiós de una alma buena y generosa, inspirado por los más cálidos, memoriosos, dispersos recuerdos que la aprietan, y que pervivirán en la memoria mientras viva, con la pregunta -inusitada- que no reproche, del enigmático, incomprensible ¿por qué?, por qué sucedió lo que nunca debió haber sucedido

Fatal, misteriosa autodeterminación que anticipó inesperadamente el viaje sin retorno hacia la cumbre que corona el peregrinaje de los sueños; morada eterna donde reina el silencio, la soledad que sumieron en la tristeza a los suyos, cercanos y admiradores, sin que todos dejemos de indagar el motivo que precipitó el abreviado, sorprendente final; inquisición que solo será absuelta en nuestro no muy lejano nuevo encontronazo “en ese más allá que llaman cielo”, como dice la canción de Julio Jaramillo.

Entrañable, memorable, caro amigo que brilló con luz propia, creíble, ameno contertulio con el que repasé -incontables veces- nuestros rutinarios, habituales afanes existenciales; tertulia última en la que rehaciéndola retrospectivamente, nada dejó entrever, ni percibir nada que condujera a la deplorable, furtiva, radical, silente razón que lo acosaba, decisión que lamento de veraz.   

Sobresaliente, destacado jurista -de campanillas-, apóstol animalista que con alegría, sin alardes compartía su tiempo y recursos con sus adoptados, callejeros, sintientes caninos. Insuperable, maravilloso, obsequioso líder; faro de esperanza, llama que continuará encendida y luminosa por los descendientes: por los que tuvimos la fortuna de alternar con él momentos inolvidables y por los que sirvió profesionalmente; por los anónimos que auxilió fraternalmente.

Apreciado, exitoso, meritorio Señor -con mayúscula-, cuya vocación de servicio la complementó -sin aspavientos, resquemores, sectarismo- con el desinteresado ejercicio político, en defensa del bien común, de los abandonados por la fortuna; obra que prologarán con cariño los herederos. Más que un político, en la flor de la vida-madura nos abandonó un admirado, magnánimo, inigualable hijo, hermano, esposo, padre, abuelo.

A este apesadumbrado, huérfano, le quedan imperecederas, hermanadas, longevas reminiscencias acumuladas durante una infranqueable, fructífera relación, ininterrumpida y sin altibajos; orfandad que nada podrá aliviar, por la imposibilidad de encontrar un ser como él: caritativo, compasivo, dadivoso, intachable, transparente.

Un libro abierto, accesible; dechado de virtudes; hiperbóreo samurái comprometido con el tejido social, los pobres, humildes del amado terruño; íntegro -moral, éticamente-; indulgente; justo; tolerante; ciudadano ejemplar -a toda prueba-. Apagada voz que deja imborrable huella, un vacío indescriptible que nada llenará. Arquetipo del Milésimo Hombre, celestialmente perfilado por el laureado poeta británico, Rudyard Kipling, Premio Nobel (1907) de Literatura.

‘Sol que se apagó dejando un reguero de dolor’.

Tierno, querendón abuelo -sin par-; motor familiar; idolatrado por su inconsolable, querida, fiel esposa, Melva Giraldo Cardona, ‘el amor de su vida’, amiga, confidente; por sus hijos: Laura, Alejandro, Daniel, Pablo y sus engreídos nietos -luz de sus ojos-; hermanos: Rocío, Aníbal+, Marco+, Darío+; familias: Arango Mejía, Zuluaga Arango, Arango Polanco.

Con un nudo en la garganta les hago llegar mí sentido pésame.

Gracias ¡JAVIER! por haber vivido; por su legado.

Loor a su memoria.  Lo extrañaré siempre. Nos va a hacer mucha falta.

¡Hasta pronto! ¡Descansa en paz!

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