“Señora Muerte que se va llevando todo lo bueno que a nosotros topa”. Abatido, con inmenso, insoportable dolor -que aprieta el alma-, y el corazón partido por la tristeza,  registro con infinita, profunda pesadumbre la amarga partida de MYRIAM, nuestra esclarecida, inigualable, irremplazable, irrepetible hermanita mayor, después de remontar el pasado 16 de octubre, plena de salud, la cumbre del Everest de los 87 años, festejados en Ibagué compañía de sus adoradas hijas: CLAUDIA MARCELA y MARÍA ELENA.

Ciclo vital, vivido y disfrutado plena e intensamente con alegría y optimismo inagotables, que caracterizaron a nuestra “bella ella, toda ella, bella” hermanita, siempre divertida, festiva, radiante, risueña, agradable, cálida, cariñosa, vivaz, con inigualable sentido del humor; atributos que la distinguieron y acompañaron hasta el último día en que impensada, sorpresiva, imperceptible, serenamente apagó su voz en paz con Dios, con tranquilidad y sosiego, sin una alerta, un lamento, un quejido, ni una sola muestra de dolor, al lado de sus amorosas hijas, CLAUDIA MARCELA y MARÍA ELENA.

Partió como lo hizo mamá Eva, en silencio “hacia ese más allá que llaman cielo”, para nunca más despertar, poniendo punto final al efímero peregrinar, trajinar, trasegar humano; viaje sin retorno emprendido hacia los jardines de la eternidad, dejando atrás un reguero de dolor y llanto, una imborrable, perenne huella, estela extendida a sus distintivas, ilimitadas bondad, coraje, rectitud, como a sus enseñanzas.

Paradigmas dignos de ser imitadas. Vacío inllenable que nada ni nadie colmará.

¡Otro sol del universo familiar que se apaga! ¡Rosa! que dejará de adornar el altar de los Arias-Gómez-Jiménez!, sagrario al que se le desapareció su oficiante ¡MYRIAM!, la líder -que lo fue en grado sumo-; predilecta, amada hermanita que brilló en el firmamento con el esplendor de su belleza, con su bonhomía en los lugares donde vivió, actuó: Pensilvania, Manzanares, Dorada, Bogotá, Cimitarra, Santa Martha.

¡Con ella se fue la donosura, la galanura; nuestro icono familiar! Qué duda cabe.

Valores, reminiscencias tejidas con destellos de amor, de luz, de entrega, de hidalguía; disciplinada, maravillosa dama a carta cabal, en el sentido lato de la palabra, afectuosa, amable, armoniosa, caritativa, carismática, compasiva, dulce, especial, extraordinaria, exquisita, fantástica, generosa, humana, lúcida, musical, solidaria, tierna, virtuosa, única (en síntesis). Su ejemplo pervivirá en la memoria afectiva de los hijos, nietos, hermanos, parientes, amigos y conocidos

Se agotan -en este instante- los adjetivos del diccionario para alabarla, exaltarla debidamente, para rememorar los múltiples, gratos, sublimes momentos pasados por nuestro grupo familiar a su lado. Estupenda matrona, excesivamente buena. Desvelada, excelente madre; entrañable, incomparable, inquebrantable hermanita, la más alcahueta, querendona abuela; leal, fiel esposa; admirable y admirada tía.

Quienes la conocieron están seguros que me quedo corto en la descripción, perfil de la muy inefable, mágica, noble, portentosa, sabia, sencilla. soberbia, transparente, quimérica, virtuosa mujer, que reunía las más colosales, refinadas, valiosas virtudes que suelen acompañar a los prójimos de bien, que por las condiciones descritas trascienden al más allá a la historia.

Devastado; ahogado en un mar de lágrimas, emocionado expreso este sentido adiós, a quien está reunida ya con HONORIO, el sinigual compañero, ¡DON ALEJO! -que así la rebautizó- a quien amó prolijamente; recibimiento en que participaron David y Ricardo, los nietos, tempranamente desaparecidos, con los que permanecerá perpetuamente en la gloria del Señor, como en el recuerdo de las inconsolables: Claudia Marcela, María Elena y José Gonzalo, del resto de los idolatrados nietos: Hernando (junior), Darío, Daniela, Juanita, Valeria y Carlos y de los bisnietos, Isabella y Joaquín Nieto y Gabriela Ramírez.

Evocación que pervivirá en la mente de los nostálgicos, valorados, venerados hermanos, sobrinos, admiradores y amigos que tuvimos (tuvieron) el privilegio de apreciarla, de compartir con ¡MYRIAM!, su fructuosa, jugosa vida; ella que todo lo dio de sí, que lo mejor que tuvo fue su YO grande y generoso que enalteció, enorgulleció la sociedad en la vivió, actuó, intervino. Impronta que permanecerá -por siempre- en nuestros dolidos corazones.

Personas como ¡MYRIAM!, que vivió exclusivamente para sus hijos, nietos, hermanos, sobrinos y bisnietos, a los que sirvió -sin excepción- con amor y dedicación hasta su muerte, igual, a los amigos, nunca, pero nunca debieran morir.   

Su recuerdo seguirá asistiendo las acciones a todos los precitados. Igual su llama continuará encendida y luminosa, alumbrándonos a todos “in saecula saeculorum”.

Gracias querida hermanita por haber vivido; por su legado.

Palabras de agradecimiento que brotan de lo más recóndito, íntimo de mí ser, a nombre de todos los citados, cuya vocería conmovido asumo, como de Morelia y Mariela, hermanas ausentes por insalvables razones ajenas a su voluntad.

Despedida que nunca, nunca, nunca hubiera querido pronunciar, pues nadie se prepara para despedir a un ser amado como ¡MYRIAM!, máxime, al tratarse de una persona que rondó la perfección.

Una mujer -no me canso de repetirlo- incomparable, inigualable, irremplazable como madre, esposa, hermana, abuela, quien compartió con todos, siempre, su sonrisa, su buen humor.  De nuevo se me hace un nudo en la garganta para expresar este súbito, final ¡ADIÓS!, a la querida hermanita.

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