A la memoria del padre Gonzalo Sánchez Zuleta
Desde el amanecer del sábado 26 hasta cuando cerraron su transmisión las estaciones de televisión colombianas, estuve pendiente del ceremonial mediante el cual fue inhumado el sacerdote jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio, elevado a la dignidad de Pontífice Romano y Papa de la Iglesia Católica, bajo el nombre de Papa Francisco, desde el 13 de marzo de 2013 hasta el 21 de abril del 2025, fecha de su fallecimiento.
Impecable la producción del acontecimiento religioso, que nos permitió estar inmersos paso a paso, como si estuviéramos presentes, en todos y cada uno de los solemnes ritos que envolvieron el deslumbrante pero a la vez respetuoso y sentido homenaje que se rindió a quizás el personaje mundial más querido y cercano a las gentes en lo que va corrido del presente siglo.
La presencia en su sepelio, llegados de todas las partes del mundo, de los poderosos más poderosos del planeta tierra, que agacharon sus cabezas en señal de reconocimiento al líder espiritual por antonomasia, me impulsó a reflexionar en que quizá la muerte de Francisco, pueda convertirlos a ellos en voceros de la doctrina que dejó consignada en sus encíclicas, que así sean mensajes dirigidos a los católico, son cartas de navegación que señalan anhelos de comportamiento también para quienes no creen, de ética laica, que si se ponen en práctica nos permitirán vivir en paz y solidaridad entre los hombres de buena voluntad y en respeto y armonía con el planeta en que nos tocó existir.
Laudato Si’, Alabao seas, en español, en relación con el medio ambiente y el desarrollo sostenible, de 24 de mayo de 2015, y Fratella tutti, Hermanos todos, del 3 de octubre del 2020, deberían incorporarse a los programas de soluciones terrenales, que ondean los político y en los que prometen alcanzar los fines del estado de bienestar para los miserables y desposeídos y para «devolver la salud a un mundo roto y sangrante».
Mientras discurría el tiempo y entrábamos en comunión con el sentimiento latente que rodeaba los conmovedores actos litúrgicos de la estricta y brillante ritualidad, pensábamos, que hoy más que nunca, debemos volver a los dictados de la civilización cristiana y occidental, que desde luego, ante la golpeante realidad, es una civilización que de tal quedan apenas unos escombros, por el acecho de las guerras y de las exclusiones aberrantes en el caótico y convulso mundo que aparece ante nuestros ojos. Pero el Padre Bergoglio siempre tuvo fe y esperanza, en que el hombre reaccionará y establecerá un nuevo humanismo, en lucha victoriosa contra los déspotas, la plutocracia y el abuso de la tecnocracia. No nos dejemos robar la esperanza, nos ha dicho el Papa Francisco.
Aquí, en las horas de la mañana del domingo, además de profundo respeto y admiración por la memoria del jerarca suramericano, siento cierto aire de espiritualidad. Al introvertirme para averiguar su origen, no encuentro otra razón más que el golpeteo de las imágenes televisivas que produjeron los cánticos, los colores abigarrados del rito, el contagioso recogimiento de quienes estuvieron presentes en procesiones y congregaciones, la triste emoción del pueblo romano por la muerte de su Obispo, la presencia iluminada de los cuarenta desposeídos, seres de la calle, y las oraciones y discursos de los oficiantes, con los que se exaltó el profundo vacío que dejó el Buen Samaritano Universal, el Papa Francisco, sobre cuya tumba, en forma simbólica, deposito una rosa blanca.
A Usted, le debo éste infinito deseo de ser bueno. Ojalá que su legado conmueva e invite a la bondad, a quienes son dueños de las guerras. En el mundo y en Colombia, para que seamos Fratelli Tutti: Hermanos todos.
Post Scriptum: A la memoria de mi amigo y compañero de bachillerato, el Sacerdote Sulpiciano Gonzalo Sánchez Zuleta. A su sabiduría en asuntos de la Iglesia, de la fe, de la sacralidad ceremonial, de su interpretación del cristianismo. A sus enseñanzas, que recibí con humildad. El Padre Sánchez falleció en Bogotá el 9 de julio de 2024.