Sobrecogido, con un dolor profundo, me uno a las 130 delegaciones extranjeras, 50 jefes de Estado, 10 monarcas y los millones de habitantes del mundo -creyentes o no- que en medio del repique de campanas, le damos el entristecido adiós al papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio fallecido a los 88 años de edad en la Casa Santa Marta del Vaticano -su residencia-, muerte provocada por problemas respiratorios que requirieron de su hospitalización por 38 días en la clínica Gemelli de Roma, que concluyeron el 23 de marzo pasado.

El fatal desenlace ocurrió el 21 de abril a causa de un “infarto cerebral irreversible”, certificada por el profesor Andrea Arcangeli, director de la Dirección de Sanidad e Higiene del Estado de la Ciudad del Vaticano.  

Como establece la liturgia, el camarlengo cardenal Kevin Joseph Farrel, asumió el gobierno temporal de la ‘sede vacante’, dando comienzo – conforme al protocolo- bajo un nuevo formato simplificado, al proceso de las exequias, iniciado con la verificación oficial de la muerte, el retiro del Anillo del Pescador, la destrucción del sello papal y sellado del aposento.

Sumo pontífice nacido el 17 de diciembre de 1936, ingresado en 1957, a la edad de 21 años al noviciado, consagrado sacerdote el 13 de diciembre de 1969; designado arzobispo de Buenos Aires en 1998; elevado a Cardenal por el Papa Juan Pablo en 2001; elegido Papa el 13 de marzo de 2013, el primero no europeo y primer latinoamericano (argentino) en la bimilenaria historia de la Iglesia católica, primero en adoptar el nombre de Francisco en honor de san Francisco de Asís, que dejó una vida de opulencia y privilegios para convertirse en servidor de los pobres, hermano de todas las criaturas, adelantado en su tiempo en el respeto a la Pachamama -deidad considerada la personificación de la Tierra-, reconocimiento de la biodiversidad, la resolución de conflictos mediante el amor y el Evangelio.

Igualmente primer papa de la compañía jesuita, fundadora de colegios y universidades en todo el mundo, cuya función misional hace énfasis en la formación académica integral, que abarca la educación, tanto intelectual como espiritual, fuentes en las que Francisco abrevó, apoyado en su sencillez, humildad, espontaneidad, quien puso en el centro de sus afanes y preocupaciones papales, la dignidad humana, la lucha contra la inequidad, la discriminación, la exclusión de los desfavorecidos, sectores excluidos, informales, marginados; amante del fútbol y el tango, hincha del modesto equipo San Lorenzo de Almagro fundado en 1907, por el padre salesiano Lorenzo Massa.  

Vicario de Cristo, cuya paternal, profética labor pastoral sacudió los cimientos de la iglesia, antesala de la esperada, pronta exaltación al santoral de la ‘casa común’ que alberga los 1,400 millones de católicos del mundo.

El papa descansa sobre un féretro de madera forrado de terciopelo rojo, con una casulla purpura y una mitra blanca; en las manos lleva su inseparable rosario.

Vida y obra al servicio del Señor y la Iglesia, a adoctrinar, catequizar, evangelizar, enseñar el valor del amor universal, acercar a los incrédulos y ‘descartables’ a la Casa de Dios; introduciéndole a la Curia amplias reformas sin tocar los dogmas históricos, las bases tradicionales de la Iglesia; legado que deja indeleble, profunda huella.

Agotado, se levantó de su lecho de enfermo para acompañar las celebraciones del domingo de Resurrección, desde el balcón de la logia central de la fachada de la basílica de San Pedro, impartir a su grey -en el marco de la fiesta Pascual- la indelegable bendición ‘Urbi et Orbi’ que tradicionalmente se da junto a la Navidad (25 de diciembre), rematando con el recorrido en el papamóvil a la Plaza de San Pedro, saludando a la mareada de fieles y que sin imaginarlo fue su despedida.

Nada le fue ajeno de los problemas contemporáneos: alerto sobre los daños al medio ambiente, a la ecología; crítico el neoliberalismo; se solidarizó con los migrantes que huyen de la falta de oportunidades, del hambre, la injusticia, la miseria; reclamó por las inmisericordes, masivas deportaciones, expatriaciones a las infernales cárceles de Guantánamo y El Salvador que “lastiman la dignidad de hombres y mujeres, de familias enteras en estado de indefensión, vulnerabilidad que dejan sus países -en numerosos casos- por motivos de pobreza extrema, inseguridad, explotación, persecución o grave deterioro del medio ambiente”.

Papa impredecible” que pagaba personalmente sus cuentas de hotel; cargaba su propio maletín; hacía sus llamadas telefónicas, que nunca dejó de estrechar la mano de los humildes, confesó en el libro de diálogos publicado en 2022 “ser impaciente (…) con el maltrato a las personas en situación de vulnerabilidad; tomar a veces decisiones deprisa, con algo de autosuficiencia”. Visitaba usualmente centros penitenciarios; instaba a defender la dignidad de la población carcelaria, presos a los que en Semana Santa, besaba y lavaba los pies.  

Aggiornó‘, humanizó los milenarios protocolos de los aparatosos, vistosos funerales papales, suprimiéndoles símbolos seculares: el triple ataúd de ciprés, plomo y roble; el báculo papal y la cripta en la basílica de San Pedro; dispuso -en su caso- ser exhumado en la Basílica de Santa María la Mayor a la que regularmente acudía, antes y después de cada viaje apostólico; instruyó para que su cuerpo fuera colocado en un ataúd sencillo sin catafalco, báculo, ornamentos, ni los zapatos rojos que por siglos acompañaron el cuerpo en el velatorio en la basílica de San Pedro.  

Deseo una ceremonia sobria y centrada en la oración, no en el espectáculo”; en lugar del catafalco elevado, pidió ser colocado a nivel del suelo, sepultado en tierra con la sencilla inscripción: ‘Franciscus’. El rostro se cubre con un pañuelo blanco de seda y en su féretro se introduce un tubo metálico que conservará un pergamino con un resumen de sus obras más importantes en vida, igual una bolsa con algunas monedas acuñadas durante su pontificado. La costumbre señala que debe incluirse una moneda de oro por cada año de reino, una de plata por cada mes y de bronce por cada día.

El Cónclave lo componen 135 cardenales menores de 80 años, que se reúnen en la Capilla Sixtina, electores que iluminados por el Espíritu Santo, en estricta confidencialidad, eligen por una mayoría de dos tercios, un nuevo pastor con una mirada y sensibilidad universales, que le ayudarán a enfrentar los desafíos del mundo moderno.

Entre las ‘quinielas’ vaticanas, son 12 los ‘papables’: entre ellos, estos los más nombrados: el italiano, secretario de Estado Pietro Parolinm (70 años),  exnuncio en Venezuela; Matteo Zuppi (italiano), arzobispo de Bolonia (69 años); Peter Turkson (76 años) Ghana, con relevante presencia internacional en foros como Davos, domina seis idiomas, de ser ungido sería el primer papa del continente africano, como Francisco lo fue del americano. Ha revivido -a propósito- la antigua y enigmática profecía del ‘papa negro’, atribuida al célebre astrólogo francés, Michel de Notre-Dame (Nostradamus).

Mundo huérfano que ansiosos queda a la espera del simbólico humo blanco, previo anuncio del ¡Habemus papam! (¡Tenemos papa!).

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