¿Cuánta tinta hemos gastado los colombianos en diagnósticos sobre el origen de la la violencia inveterada que nos ha asolado y que nos señala ante el mundo como uno de los países en que la vida humana, la supervivencia, la sobrevivencia, es un reto diario?. Mares y mares, de negra tinta. El color negro es señal de duelo. La Señora Muerte, apelativo poético, se pavonea desde hace marras por la geografía de nuestro país. Y no descansamos de pedir su derrota, nosotros, los del Partido de la Vida y todos aquellos que propenden extirparla de la faz de la tierra. Las muertes violentas, los caínes fratricidas, sus instintos homicidas, sus balas dirigidas, sus armas letales, no desaparecen. Y nos seguimos interrogando sobre el por qué de tan insidiosa conducta.

Fernando Sánchez Torres, medico y artista-pintor de campanillas- , columnista del diario El Tiempo, en escrito del 30 de marzo del presente año, Sánchez II, nos aproxima al tema, con clara prosa y apretada exposición. Sánchez I, es el actual ministro de Defensa, a quien me referí en la anterior columna. Y Sánchez Torres, el de hoy, ataca lo de la violencia, así: «Equiparar el cáncer con la violencia pienso que no es descabellado». Así es Maestro, digo yo: no se ha inventado vacuna para ninguna de las dos plagas. «En 2023 hubo en Colombia 33.100 muertes por cáncer, 14.033 por violencia….Según el daño, la violencia puede ser física, psíquica o sexual; según su motivación, puede ser política, social, racial, de género. Entre nosotros, todas esas motivaciones ocurren, siendo particularmente sensible la violencia que compromete a niños y mujeres.»

Prosigue el eximio médico, quien cifra en la actualidad noventa y cinco años de edad, ¡95!, que «hace tres lustros, refiriéndome a la violencia, en mi libro Meditaciones de un Octogenario decía: de seguir las cosas como están, ¿cuál será en Colombia el futuro de las vidas de las generaciones actuales y de las que habrán de seguirlas?. Mi reflexión se tiñe de pesimismo. Mientras entre nosotros no se logre una paz completa y perdurable, mientras los colombianos no hagamos conciencia de los valores que están en juego, la vida tendrá un valor incierto. Reinará la intranquilidad y la muerte seguirá enseñoreándose en campos y ciudades…

Han transcurrido quince años de haber escrito lo anterior y la situación es la que preveía, aún peor: la devaluación de la vida y el concepto de dignidad de la persona ha llegado a extremos increíbles. No obstante lo establecido por las leyes y los esfuerzos de quienes deben cumplirlas, las cosas van de mal en peor. Parecería que ya nos hubiéramos familiarizado con lo que registran diariamente los órganos informativos: violencia y más violencia».

Y, cuando usted, Doctor Sánchez escribió el párrafo anterior, no se habían sucedido los hechos que esta semana en curso aumentaron nuestra contribución a la historia de la ignominia, señaladores y estigmatizantes: el horroroso asesinato en Bello, Antioquia de la mujer trans Sara Millerey González, quien por el hecho de serlo, fue golpeada y fracturadas sus extremidades superiores e inferiores que la dejaron sin movimiento y arrojada a una quebrada y que cuando la vieron asirse a unos arbustos, en vez de auxiliarla, algunos transeúntes se dedicaron a grabar sus desesperadas acciones y luego hacerlas virales por las redes. Y el crimen, en Santa Marta, que acabó con la vida del científico italiano Alessandro Coatti, de 39 años, cuyo cadáver fue desmembrado y cuya cabeza y extremidades fueron abandonadas en una maleta, sin que su torso haya aparecido. La crudeza del relato, a mí mismo me produce náuseas y vergüenza.

El veterano columnista concluye, pregúntándose: ¿ Por qué tanta violencia?… Se ha pensado que se trata de una expresión propia de la naturaleza humana. «El hombre-decía Desmond Morris en El mono desnudo-, debajo de su pulida superficie, sigue teniendo mucho de primate». En 1986, en un encuentro patrocinado por la Unesco en la ciudad de Sevilla, se llegó a la conclusión de que no existe un supuesto «instinto agresivo». Allí surgió un manifiesto titulado»La violencia no es una ley natural», dónde quedó registrado que «científicamente es incorrecto decir que hemos heredado de nuestros antepasados, los animales, una propensión a hacer la guerra».

Pero he aquí el meollo del asunto, que sorprendió al Médico, y que a mí me dejó perplejo, propenso al derrotismo más escéptico y que echó por la borda mi militancia roussoniana en el enunciado de que «el hombre es bueno por naturaleza y la sociedad lo corrompe» y el nuevo «síndrome del Tren de Aragua», según el cual los bandidos son violentos y delinquen por falta de amor.

«Pero, ¡oh sorpresa!, en octubre del 2014 el Instituto Karolinska de Estocolmo comunicó que habían identificado dos genes (el MAOA y una variante del CDH13)que podrían ser los causantes de la inclinación a cometer actos violentos».

El ilustre galeno y pintor, nos quedó al debe con la información sobre los avances y la certeza a que pudieron haber llegado los investigadores noruegos. Porque si no hay esperanzas en relación con la utopía humana y humanística de la bondad de nuestra naturaleza, no cabe duda que fue justa la imprecación que escribí cuando fuí víctima de una crisis existencial en mi lejana primera juventud: mientras más conozco al hombre, más abomino la humanidad.

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