Libre como el viento, me uno a la solemne, memorable inauguración de la nueva sede del galardonado, sacralizado, entrañable Colegio Nacional del Oriente de Caldas, rebautizado como Institución Educativa Pensilvania, que entre 1954 y 2022 ha entregado a Colombia, a ¡PENSILVANIA!, en la jornada diurna 3.544 bachilleres, y en la nocturna 754, a partir de 1987, para un total de 3.698.

Altivo, eufórico, memorioso acto atado al glorioso, fulgurante pasado, unido al presente, que mira sin miedo, optimista el futuro, legado que encarna el importante, estupendo grupo de queridísimos condiscípulos que adornan hoy el amado terruño, otros más, enlazados virtual, espiritualmente al suntuoso acto inaugural,  complementado con el ‘Primer Congreso de exalumnos’, convocado bajo la égida de la ‘GRATITUD’, que es la memoria del corazón, altar donde ofician las almas agradecidas, buenas, grandes, nobles.

Antiguo colegio que el mazo del progreso derruyó y que hoy 15 de junio de 2023, renace como el Ave Fénix entre los escombros, convertido en la confortable, flamante, moderna sede, consagrada al cimero Hermano Estanislao Luis, nombre gravado en su frontispicio, lo cual eterniza su prestigiosa, laudatoria, prolífica obra académica, literaria, que superó las fronteras patrias, hoy más viva que nunca, y que los amiguísimos compañeros mantenemos gravada indeleblemente, el texto -de gran relevancia-: ‘Castellano y Preceptiva’, en el que estudiamos en tercero de bachillerato.

Pomposo, protocolar evento de inauguración de la nueva Alma mater, que viste de gala a nuestra esclarecida patria chica, al que me uno con este humilde, sentido, sincero, elogioso canto al Colegio, que ha sido, es alma y nervio del diario acontecer de ¡PENSILVANIA!, columna vertebral de su desarrollo, florecimiento, entidad que ha contribuido -como la que más- al auge, avance, crecimiento, progreso, prosperidad; inspiración de mis ideales, cimiento de lo que soy intelectualmente hablando, fortalezas afianzadas, apuntaladas por desprendidos, insomnes maestros; antorcha del saber mantenida encendida por sus émulos que hoy regentan el renacido por Decreto 37 de 1985: ‘COLEGIO INTEGRADO NACIONAL DEL ORIENTE DE CALDAS”.

Timbre de honor del original, empedrado pueblo de mis ancestros, que me tocó en suerte, del que muy joven, luego de bachillerarme, alcé -jubiloso, insaciable, pletórico- vuelo, con tan elemental, liviano equipaje, dando inicio al errante, indesmayable, itinerante, largo periplo existencial, plataforma de mí incansable andareguear por el mundo. 

Acogedora estancia a la que me debo, donde abrí -por primera vez- los ojos, disfruté los primeros amaneceres que por fortuna se han prolongado en el implacable tiempo que, continúo -emocionado- paladeando, saboreando; espacio vital donde igualmente abrigué los primeros sueños. Amarillenta radiografía -color sepia- que conservo intacta en el baúl de los recuerdos.

Refugio al que entusiasmado regreso siempre, con más veraz esta vez, motivado por el impensado, apasionante reencuentro de la GRATITUD, la solidaridad, la unidad; obligante cita convocada por la aplaudida, dionisíaca, celebérrima, egregia, encumbrada, meritoria, irrepetible figura de GERARDO ARISTIÁBAL ARISTIZÁBAL, Premio nacional de Ciencia, ‘Alejandro Ángel Escobar’ (1972), honra y prez de la tierra, fraterna mano amiga, siempre extendida, disponible -sin falta- para estrechar -sin distingos- la diestra del coterráneo.

Inapreciable, inigualable valor humano, superviviente -con Hernando Jiménez- de la alegórica, honrosa, señera, solvente primera hornada de bachilleres (9) graduados en 1954, de la que hicieron parte -además-: Ubaldo

Franco, Guillermo Hincapié, Duván Murillo,

Alfonso Salazar, Carlos Navarro, Jaime Zuluaga, Hernán Ramírez (Pezuñita).  Desde la lumbre de la bella villa, la pujante ¡PENSILVANIA!, enternecido, ufanado, con fruición confieso que nada de lo que en tan caro remanso de paz suceda me es ajeno, dicho esto con genuino afecto; cálido nido donde me acunaron, forjé mis convicciones, ilusiones -imprescindibles-, al que cotidiana, confidentemente llego a recargar el espíritu con las infaltables, inmanentes armonía, pasividad, tranquilidad; a revivir los melindres de mi madre -que en paz descanse-, a deleitarme con los olores y sabores de la portentosa cocina de la abuela; a rescatar las remembranzas impresas en cada acogedor, denso rincón de sus empinadas calles.    

Novelesco escenario -único-, donde transcurrió mí infancia, juventud, adultez en compañía de fantásticos, maravillosos compinches, con los que exploramos los impenetrables, espesos bosques, curioseamos la indómita geografía, dominada, domada, sometida a golpe de hacha por las callosas manos campesinas que la convirtieron en la exuberante, feraz, multicolor, ubérrima campiña “donde –al decir del poeta- el verde es de todos los
colores”.

Hechizada, idílica, inimaginable acuarela, perceptible desde el colonial, extraordinario balcón natural del mítico, tutelar cerro Piamonte, insomne vigía del rutinario suceder pensilvense, bordeado, bañado por las cristalinas, cantarinas, transparentes aguas del sonoro río Pensilvania, arrullado por su clamoroso eco, cortejado por el canturreo de los pájaros, el gorjeo, trino de las aves, el deleitoso, dulce, gozoso sonido de la lluvia.

Bucólico, deslumbrante, paradisíaco oasis -casi celestial- de estremecedor, resonante atractivo. Orgía de luz de arrobadora belleza. Reserva climática de aire puro. Vergel al que con llegar, lo primero que extraño es a mis viejos que a la vez están en el cielo y en mi corazón.  Cascada de punzantes añoranzas, evocaciones que reviven en cada retorno.

Edén al que rebosante de alegría arribo, con un ligero morral, atiborrado, surtido de nostalgias, vivencias, de indivisas, tiernas recordaciones del inocente estar del tequioso niño que fuimos y seguimos siendo, de los lúdicos juegos, las irredimibles, juveniles, picarescas, seductoras, traviesas aventuras de adolescente y del hoy no tanto.   

Policromas, soñadas huellas de un pasado yerto que intento rescribir en lo posible, con cadencia musical, fuerza narrativa, coloquial, sencillo, vernáculo lenguaje, para solaz personal y de los coprotagonistas -cómplices de todas las horas- de las íntimas, insepultas historias, antes que sucumban frente al atroz, brutal, despiadado, feroz inclemente alzhéimer.

Recuento que me regresa a la casa de madera y de bareque, tejas de barro en que me crie sin internet, redes sociales, en la que después del alba se colaban los luminosos soles mañaneros, por entre los postigos y hendijas, los cuales hacia el mediodía se volvían bochornosos, infernales, completando el ciclo detrás de Morrón, esa inédita fábrica de crepusculares atardeceres bermejos, en los infinitos confines de La Dorada, en medio de un enjambre de luciérnagas, el treno de grillos y chicharras. Rejuvenecedoras menciones que insuflan ánimo, brío, pujanza. Morada que con llegar visito sagradamente.

En los azulados, soleados días de las fiestas patronales de la Inmaculada (ocho de diciembre), éramos despertados por la alborada de la banda de guerra del Colegio y el palpitante repique de campanas que llamaban a misa de cinco, con olor a incienso que al salir de la iglesia daba paso al azahar de los naranjos y limoneros; a la aroma -exquisita- de las moliendas que el viento esparcía en el entorno. 

Jornadas que sobre las seis de la tarde continuaban con el rezo de la novena y sobre las siete culminaban con los juegos de pólvora, seguidas de las eróticas, oníricas, románticas noches de plenilunio, amenizadas por la banda municipal dirigía por Daniel Cortés, mientras oleadas de jóvenes    revoloteábamos en el parque, tras las cadenciosas, delirantes, escurridizas, hermosas, hilarantes, lozanas, nimbadas, pizpiretas, presumidas, vanidosas quinceañeras en flor, “con sabor a fruta madura”, de indescriptible, rutilante belleza, que parecían recién bajadas del cielo.

Embrujadores, majestuosos pimpollos en agraz, de brillante, luenga cabellera, color castaño, piel canela, felinos ojos de miel, de pícara sonrisa, mirada de fuego que ponían a bailar la imaginación y quemaban las entrañas. Frenética, hipnotizadora, peculiar, trepidante etapa que nos tocó en suerte, en que las amorosas, dedicadas, diligentes, frágiles, incansables laboriosas, solícitas, talentosas mujeres eran de adorno, objeto del deseo. Inasibles, invictas Diosas -de éxtasis- con sabor a pecado original que borraba el matrimonio más no el bautismo, y cual extraño hechizo, nos dejaban sin aliento, erizaban -como dice la apetitosa, sempiterna paisana, Amparito Grisales- la piel. Tsunami de mujer que -como las aludidas garotas- no tiene presa mala

Efervescente, falocrática, metódica, placida, reservadísima época, en que sin prisa saboreábamos los arrumacos con energía -ya marchita-, como las cacareadas, nostálgicas travesuras prohibidas; ternezas afincadas en el alma, en la memoria. 

Qué tiempos aquellos -dice bien el tango: ‘Tiempos viejos’ del inmortal, perenne Julio Sosa, que oíamos en el Bar Italia de Carlos Hoyos, la Bahía de Rubén Gonzáles, dónde Urbano López, Elí Giraldo, Manuel Montoya, que hoy podemos degustar en el acogedor bar del histriónico Gerardo Cardona -alias ‘Billete’-, reservado con inigualable, robusta discoteca -sin parangón-, que nada tiene que envidiarle a la del extinto compañero, el coleccionista, Jairo Patiño. Gloriosa, sagrada patria chica, caleidoscopio, en el que en este alborozado, apretado, macondiano recuento, confluyen el pasado suceder y el presente protagonizados por sus fachendosos hijos, raizales y adoptivos, que llevamos el inconfundible, hipnótico gentilicio de pensilvenses que, nos estremece cada vez que, pletóricos, lo utilizamos como carta de presentación en cualquier lugar del globo donde fugazmente nos encontremos.

Gentilicio universalmente entendido como sinónimo -que lo es- de grandeza, distinción, superación, prenda de garantía, que ipso facto despierta una indescriptible, íntima, efervescente emoción, frenética euforia, excitación que brotan a borbotones de lo más profundo del corazón, junto a afectuosas, perdurables pasiones, caros sentimientos por el amado terruño que barrunto sin embelecos retóricos, que nos incitan a entonar -al instante- el ‘Salve tierra, donosa y fecunda’ de su himno. 

Como Diógenes con su linterna en Atenas, con regresar a la antedicha, añosa, cosmopolita ¡cantera del saber!, salgo anhelante, expectante en busca de los pretéritos, imperecederos, envejecidos rostros -como el de este humilde escriba- de los dilectos, entrañables condiscípulos, con los que compartí ardientes, fogosos, imborrables, inolvidables, inéditos momentos de mi vida.

Iluminados, impetuosos recuerdos que arden como fuego en nuestra impulsiva, inquieta alma de niño que todos continuamos llevando -unos más y otros menos- a lo largo de la existencia; esencia y espíritu en nuestro raudo, eterno trasegar por el mundo.

Pero dado que, básicamente, el tema que nos congrega y ocupa es el educativo, me propongo echar una mirada retrospectiva, a efecto de hacer un bosquejo – seguramente incompleto- que con la pomposa inauguración de la confortable, moderna sede del rebautizado (decreto 37 de 1985) “COLEGIO INTEGRADO NACIONAL DEL ORIENTE DE CALDAS”, otrora: “COLEGIO NACIONAL DEL ORIENTE DE CALDAS” cierra con broche de oro.

En gracia a la brevedad, parto del final del siglo XIX, consonante con el nacimiento el 3 de febrero de 1866, del Corregimiento de Pensilvania, a iniciativa -entre otros- de don Isidro Mejía y Manuel Antonio Jaramillo, instituido legalmente por don Pedro Justo Berrío, en su condición como presidente del Estado Soberano de Antioquia, quien designó a su vez como primer Inspector al citado, Isidro Mejía, elevado luego a municipio, el 18 de diciembre de 1872.

Punto en que paralelamente ocurre la presencia regular de abnegados, auténticos maestros, consagrados -plenamente- a la ardua, sacrificada tarea de formar hasta el presente a las indistintas generaciones. Esbozo que por motivo de espacio inicio con don Ezequiel Gaviria Tobón (aguadeño), casado con María Manuela Londoño Llano, nombrado el 12 de abril de 1871 como director interino de la escuela de niños de ¡PENSILVANIA!, renunciando un año después -16 de marzo de 1872- hace 151 años.

Antes de la transcripción de la histórica carta de renuncia, recuerdo que Gaviria Tobón, en 1881 fungió como alcalde y entre 1887 y 1888 fue parte de la junta de caminos, impulsora de los icónicos puentes de arriería sobre el río Pensilvania: el de la salida a Manzanares y Honda (antigua zona de tolerancia), destruido por una avalancha, otro, el de ‘El Bosque’, camino a Marulanda, en servicio todavía, perennizado como artesanía por la Fundación Piamonte.

Unos más: el puente de la quebrada ‘El Centro’, camino a Samaná, Nariño, Sonsón; el de la quebrada San Lorenzo, camino a la ‘Quiebra’ (San Daniel), el del camino a Arboleda en el Líbano, sobre el río Qebradanegra; el de Riodulce cerca a Playa Rica. El maestro de obra fue: ASICLO GUTIÉRREZ.

 El nombre de don Ezequiel Gaviria, tomó relevancia a raíz de la elección de su tataranieto, César Gaviria Trujillo, en 1990, como presidente de la República de Colombia.

El país acumula -desde entonces- la deuda -sin saldar- con el ninguneado sector educativo, sumido en el olvido, la precariedad que desde entonces padece, Inmemoriales carencias, escaseces, penurias que la renuncia en comento descarnó, hizo un fiel, veraz retrató, confirmadas, diagnosticadas a través de los tiempos: Estas las más relevantes:

Deficiente capacitación, idoneidad, valoración de los instructores, la marginalidad, la ausencia absoluta de la meritocracia en el ingreso al sector. La deplorable, ruinosa, inadecuada infraestructura -inexistente en muchos lugares-, la falta de logística, de un enfoque multidisciplinario, especialmente en la periferia, en el campo.  Sueldos de miseria; la excesiva carga académica como el exagerado cupo de alumnos por docente; la pugnaz politiquería; la erosionada credibilidad, desviación en muchos casos de la vocación misional; falta de institucionalidad y un largo etcétera, todo lo cual es apenas la punta del iceberg.

Sector que, más allá de embelecos retóricos y discursos vacíos, requiere de soluciones concretas, tangibles que aseguren, en tiempos del internet, una conectividad confiable, eficiente, que llegue sin interrupciones; implementar en las regiones apartadas las aulas itinerantes, las emisoras comunitarias y otros medios modernos, con los mayores estándares de calidad, de pertinencia, sin discriminación; males endémicos contemporáneos.

Esta la carta-radiografía:

Pues como yo carezco, aunque no absolutamente, de las dotes que se necesitan para desempeñar tal empleo; y como yo acepté el cargo de la honorable Corporación del Distrito de Sonsón solo entretanto, y para cimentar la escala de la educación, [en la] entonces incipiente fracción y sufriendo hoy mis intereses con el expresado encargo, pues su pequeño sueldo comparado con las fuertes tareas por los muchos alumnos, lo pequeño del establecimiento, la escasez de útiles y ningún mobiliario, junto con el gasto que demanda una numerosa familia, exijo de la Honorable Corporación se digne, en vista de mis razones expuestas imperiosas y justas, y cumpliendo con las facultades que os son delegadas por el inciso 1° Art. 11. capítulo 5° del Decreto orgánico de instrucción pública del E. que accederéis a mi justa solicitud.

El término que continuaré en ejercicio de mi empleo solo será el resto del presente mes, quedando el establecimiento vacante en interinidad del día 1° de abril en adelante.

Este término os es conveniente para que en él penséis el que debe ser nombrado interinamente, pues una barca como la educación de la juventud, que flota en un mar oscuro y de olas tenebrosas, no cualquier piloto la salvará del naufragio”.
Fdo. Ezequiel Gaviria

Reitero: Si algo ha distinguido a ¡PENSILVANIA!, en el ámbito nacional, es su liderazgo en el campo educativo, gracias a personajes como don Urbano y Marco Tulio Ruíz, Bernardo Herrera Salazar -entre otros-; principalmente por la labor de los Hermanos Cristianos de La Salle -llegados en 1905-, fundadores del colegio San José, y un año después -1906- de las Hermanas Dominicas de la Presentación, que se pusieron al frente de la Normal de Señoritas.

El gran artífice de la educación en ¡PENSILVANIA! fue el presbítero, Daniel María López, nacido en La Ceja-Antioquia, el 17 de enero de 1865, quien pasó en el oriente de Caldas, la casi totalidad de su vida sacerdotal, sirviéndole a la comunidad, especialmente a la campesina. Durante 15 años (1917-1932). ejerció como párroco de Pensilvania, a quien se  le debe el arribo de las precitadas comunidades, Sus restos humanos -camino de la beatificación- reposan en la iglesia del Corregimiento de San Diego-Samaná

Imposible no exaltar -en este memorioso relato- la aventajada, mítica, excepcional, primigenia, prístina, sobresaliente figura del Hermano Martín (Manuel Ochoa), nacido en Riosucio-Caldas, miembro de la eminente comunidad Lasallista, a quien no le quedan grandes -de seguro- los merecidos adjetivos: célebre, clarividente, coloso, distinguido, excelso, gigantesco, ilustre, sublime, visionario, personaje que como rector se empeñó en la aprobación oficial del Colegio, alcanzando -sin duda- el paraíso de los ‘inmortales’, a quien ¡PENSILVANIA! le debe un monumento en bronce en el que está empeñado el ilustre adalid: GERARDO ARISTIZÁBAL ARISTIZÁBAL -con mayúscula sostenida-.

Apóstol que fue -el Hermano Martín- un destello de luz que, en un rapto de genialidad, de grandeza crepuscular, su legado ilumina, maravilla aún, desde 1954, en que pervive, ininterrumpidamente, su obra, reencarnada en cada promoción de bachilleres que el Colegio le entrega anualmente a la sociedad, y que a la fecha suman 3.698 graduandos.

El buen nombre que en el campo educativo goza nacionalmente nuestra amada ¡PENSILVANIA!, en gran parte se debe a la ejemplar tarea de las comunidades de las Hermanas de la Presentación y de los Hermanos Cristianos de La Salle; inmenso, incuantificable legado forjado durante las más de siete décadas en que estuvieron al frente de la Normal de Señoritas y del Colegio Nacional del Oriente de Caldas -respectivamente-, reconocido oficialmente -este último-, gracias al empeño puesto por el insuperable, deificado Hermano Martín.

Comunidad lasallista a la que pertenecieron los renombrados hijos de  la tierra, los hermanos: Gonzalo Carlos -preceptor del expresidente Carlos Lleras Restrepo, Florencio Rafael y Estanislao Luis -natilla- rector del Colegio en 1955, poeta de amplia trayectoria y resonancia estética, autor del himno a Pensilvania, expresivo canto de exquisita finura literaria, tributo de admiración al amado terruño, a su gente.

El recién inaugurado Colegio, llevará, como timbre de honor -repito- y homenaje póstumo, el nombre de Estanislao Luis, patrimonio inmaterial y cultural de ¡PENSILVANIA!, quien, junto a los precitados, agrego el nombre de verdaderos prohombres: el hermano Claudio, Gonzalo (Carepalo) y otros más que me haría interminable nombrar; heroicas celebridades que sin excepción, todo lo dieron de sí sin exigir nada a cambio; entrega que con su contagioso, seductor ejemplo, la egida de su insobornable, quijotesca dirección, contribuyeron a forjar, fortalecer el

carácter, a crecer espiritual e intelectualmente a sus educandos.

Aprendizaje sin fecha de vencimiento, que inspira, suscita estas agradecidas, emotivas palabras de GRATITUD, expresa retribución en esta memorable nueva aurora, nuevo amanecer de nuestro perenne Colegio que hace 79 años, graduó en 1954 el primer grupo de bachilleres; ciclo que el pasado jueves, 15 junio, recomenzó con la apertura de la excelente, fantástica, portentosa, sorprendente nueva sede, que le da continuidad a la palpitante huella de nuestro templo del saber, alma y nervio, corazón del progreso de nuestra amada ¡PENSILVANIA!

Semilla plantada, fertilizada -no me canso de repetirlo- por la denodada, épica, invencible, sobrehumana tarea adelantada por la comunidad de La Salle, cuyos cuatro primeros miembros se instalaron en un local en la actual plaza, mudándose al antiguo Colegio San José, que dio paso al moderno edificio donde funciona el Hotel Pensilvania, morada espiritual, refugio intelectual que nos acogió de jóvenes, cuyos actuales, enfebrecidos regentes -con amplio prestigio académico y auténtica voluntad de servicio- siguen amasando, moldeando -como lo hicieron con nosotros- el primitivo barro, hechura de múltiples generaciones, en el marco de valores morales, éticos, estéticos, perpetuos, imperecederos.

Aprendizajes al servicio del buen nombre de nuestra entrañable, exaltada, querida patria chica, para la que vivo, cuya memoria es parte imprescindible, integral, afectiva de mi existencia, como los dilectísimos condiscípulos, incluidos los ya idos, a los que desde esta tribuna rindo sentido tributo, humedecido por las lágrimas, deposito en su tumba una flor blanca, un fraterno, póstumo, imaginario abrazo recordatorio, manera de
expresarles que continúan vivos en la memoria colectiva de los compañeros.

Conmemoración, memento extendido a nuestro desaparecido -después de 62 años- viejo cascarón colegial construido entre 1953 y 1956, herencia del general Gustavo Rojas Pinilla, ‘Gurropín’ y del exministro de Educación, Antonio Álvarez Restrepo, dirigido hasta 1971 por los insobornables Hermanos de La Salle; testimonial evocación, unida a la misional obra, a los logros alcanzados a lo largo de su historia, de la que dejo expresa constancia en el presente deshilvanado escrito.  

Cantera desde la que ininterrumpidamente salen centenares de alumnos a poblar las universidades de país y del exterior, en busca de completar la formación, de los cuales -la mayoría- hoy son acreditados, exitosos profesionales en todas las ramas del conocimiento, pléyade que constituye el capital humano, la heredad intelectual, ética y moral de nuestra querida ¡PENSILVANIA!, soporte de su ascenso, avance.

Tanto que, un estudio del Padre Lebret, de 1960, incluyó como el municipio con el menor índice de analfabetismo (4 %) entre más de 1000 municipios evaluados. A nivel nacional hoy ocupa el segundo lugar. Después de un análisis riguroso con indicadores de gestión altamente exigentes, la Escuela Superior de Administración Pública, proclamó a ¡PENSILVANIA! en el 2003, como uno de los municipios Modelo, que acreditó la mayor tasa de crecimiento, desarrollo económico y social -en su rango-, entre los municipios de Colombia.

Colegio Nacional de Oriente, que pasó a llamarse: Instituto de Bachillerato Oriente de Caldas IBOC; luego Institución Educativa PENSILVANIA. En 1978 se fundó el Politécnico, que ocupó la misma vieja, derruida estructura, que dio paso al Instituto de Educación Superior, Colegio Integrado Nacional Oriente de Caldas (IES Cinoc) que ofrece carreras técnicas y tecnologías. El I.E. PENSILVANIA, debió abandonar las viejas instalaciones, para hacinarse en la escuela Boyacá.

Historial de la intensa, redefinida misión educativa, que no es más que una alambicada, elocuente mezcla de saboreada nostalgia, de un orgulloso, incorruptible pasado que mira sin miedo el futuro y el rol que le espera como centro educativo del Oriente de Caldas, labor que seguirá desarrollando, lo cual intenta visibilizar el presente escrito, a nombre de las agradecidas, pudorosas generaciones, espiritualmente omnipresentes en esta egregia, honrosa, refulgente efeméride inaugural, en la que a la vez, aunados, se respira se respira el pasado el presente, el más allá.

Loor a las devotas, dinámicas, entusiastas directivas de ayer, de hoy y futuras, faros, vigías todas que de consuno recibieron -con sentido de pertenencia- la antorcha del saber, que llevaron, llevan elogiosamente en alto, sumando cada una su aporte, balance, al comunal, relevante legado de la tradición, cuyo esfuerzo de Sísifo, les pide cada vez empezar de nuevo, mantener encendida la mecha que despierta, forja, impulsa la nueva quimera cultural, educativa; incita a abrir otras brechas, otros horizontes, que florezcan en los 420 alumnos actuales que, con armónico, genuino anhelo de superación, buscan -con huracanada fuerza- labrarse su futuro, que es el futuro de ¡PENSILVANIA! Qué duda cabe.

Con la esquiva dulzura de la GRATITUD, asumo sin artificios la sincera representación de las indistintas generaciones y las de relevo, las por venir, para izar a su nombre dicha bandera, como caluroso tributo de admiración y agradecimiento a los eruditos, inefables, incomparables, sacrificados tutores de ayer, de hoy y de mañana, manera de sublimizar su encomiable entrega, tarea, sin sosiego, que busca educar, formar las reservas juveniles de la insuperable ¡PENSILVANIA!; homenaje extendido a las directivas mutantes que, en su aleccionador, profesional, profundo ejercicio profesional, todo lo han puesto de sí, inspirados -seguramente- en la sabia reflexión de León Tolstoi. “El secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere sino querer siempre lo que se hace“.

Reconocimiento ampliado a las directivas de la Fundación Piamonte: al presidente del Consejo Directivo, Gerardo Aristizábal A. a Alfonso Ramírez G. su Representante legal, por su cívica, dilatada, ferviente, desinteresada, meticulosa gestión, sistemáticamente articulada a las autoridades civiles, educativas, religiosas y sociales, a las fuerzas vivas, en favor del desarrollo sociocultural de la amada tierra, copartícipes, impulsores, patrocinadores de esta jornada de indefectible GRATITUD, sentida por toda la comunidad de educandos.

Decía -para terminar-: García Márquez: ‘Olvidar es fácil para quien tiene memoria, pero muy difícil para quien tiene corazón’. Decir adiós es morir un poco, por tanto, ruego, amables lectores, paisanos, permitidme decirles un hasta pronto.

Deja un comentario

Please enter your comment!
Please enter your name here